

Ya son muchos los estudios que concluyen que los habitantes de las ciudades nos pasamos el 90% del tiempo dentro de espacios cerrados, ya sean edificios o medios de transporte. Es decir, hemos cambiado nuestro hábitat natural radicalmente: ni el aire que respiramos, ni los materiales que tocamos, ni la luz que percibimos durante todo el día son los que han sido durante miles de años. También hay muchos estudios sobre cómo esto está afectando a nuestra salud física y mental. Y tiene lógica, ¿no?
Afortunadamente, contamos con la ventaja de que somos nosotros mismos quienes lo diseñamos y construimos. Y que diseñar bien no es ni más caro ni más tedioso, sólo más entretenido y agradecido.
El problema está, entonces, en que hasta ahora no habíamos visto los edificios de esta manera: eran puros contenedores cuya valoración venía de lo bonitos o feos que fuesen. Así, nos hemos dedicado a hacer cajas incapaces de crear dentro el ecosistema que necesitamos.
Si queremos crear un entorno saludable en el que el cuerpo humano esté en condiciones de confort, debemos hacer contenedores capaces de controlar la temperatura (de una manera homogénea en el espacio), la humedad, la calidad del aire y el ruido.
Es difícil hacerse a la idea, pero es una realidad: que llevemos siglos sobreviviendo en estos países no significa que estemos bien. Madrid tiene una humedad muy por debajo de la que se considera saludable durante casi todo el año. Ruidos en el interior de edificios provocan dolores de cabeza, estrés y enfermedades del sistema nervioso. La calidad del aire en los colegios reduce el rendimiento de los alumnos en gran medida.
Como vemos, hasta ahora ni he mencionado la eficiencia energética. Ésta es un resultado colateral del trabajo dirigido a mejorar nuestra calidad de vida. Evidentemente, es un aliciente tan bueno que no lo vamos a desperdiciar y menos con la situación medioambiental que tenemos, pero lo que no es una opción es comprometer el confort para favorecer el ahorro energético.
Así es como llegamos a la importancia de una envolvente muy aislante y estanca, que sólo permita los intercambios con el exterior cuando y por donde nos convenga. Esa es la base para que los equipos que hasta ahora no utilizábamos nos creen el ambiente en el que nuestro cuerpo vive a gusto.
Para todo esto vamos a necesitar ayuda de las demás disciplinas, y no estamos hablando ya de ingenieros, sino más bien de físicos.