

Aunque parezca raro, la importancia del color en la arquitectura es uno de los aspectos claves en un proyecto. La arquitectura y la psicología pueden ir de la mano, sobre todo si estamos pensando en qué color escoger para una habitación o cocina. El color influirá en nuestro estado de ánimo y también en nuestro ahorro energético.
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Al margen del valor estético que aporta un color, la tonalidad que escojamos para la fachada de un edificio o las paredes de nuestro hogar va a influir en nuestro estado de ánimo, y también, en la factura de la luz. Además, según el uso que hagamos de ellos, los colores iluminan espacios e incluso crean formas. Todas estas características han hecho que el color cobre un valor cada vez más importante en la arquitectura.
A través del estudio del color hemos llegado a un dominio tan intenso de sus características que hoy por hoy podemos saber científicamente qué tipo de influencia puede tener en la percepción de un espacio, haciendo que un mismo lugar se sienta cálido, frío, acogedor, amplio, angosto… tan sólo variando la tonalidad de sus elementos. Por tanto, es importante repensar el color en la arquitectura para proyectar con él incorporándolo desde el principio a nuestro diseño y permitir que sea un apoyo mucho más allá de la mera opción estética. Se trata de convertirlo en una herramienta para obtener mejores resultados tanto funcionales como ambientales.
Uno de los factores más importantes es el psicológico, ya que diversos estudios han demostrado cómo los colores pueden afectar a nuestro estado de ánimo, haciendo incluso que seamos más o menos productivos en nuestro lugar de trabajo. El significado psíquico que aportan los colores es algo que las empresas suelen tener muy en cuenta, y por ello crean sus logos o pintan el color de sus establecimientos según el producto o servicio que ofrecen, con el objetivo de conectar con el consumidor y aumentar sus ventas.
Al margen de lo que personalmente pueda parecernos cada color, la psicología del color estudia patrones generales sobre las sensaciones o sentimientos que producen las diferentes tonalidades. Hay colores que en exceso tienden a irritar o generar estrés, como son los rojos y naranjas, mientras que los azules y verdes transportan calma y relajan. Según cómo incida la luz en una fachada o cómo entre al interior de una vivienda, veremos los colores de una forma u otra, por ello en la arquitectura es importante lograr la combinación perfecta entre color y luz, ya que la elección de estos factores influirá en la percepción que se tiene del edificio.
Por lo general, los colores cálidos (rojo, naranja) son estimulantes y excitantes, por lo que no es conveniente abusar de ellos, siendo ideales para reforzar un espacio aplicándolos a una única pared o a pequeñas zonas. El rosa es ideal para espacios infantiles o habitaciones, dada la tranquilidad que transmite, mientras que un amarillo no muy intenso es ideal para el salón, ya que aporta una dosis de luminosidad.
Los colores fríos (azul, verde) se asociación a la naturaleza y al mar, por lo que crean sensación de relax y aportan tranquilidad, siendo ideales para pintar un dormitorio o espacios en los que necesitamos crear un clima de concentración. Tampoco hay que olvidarse del blanco, un color que está relacionado con la pureza y la paz, aunque hay estudios que aseguran que su exceso induce a la tristeza. Pese a estas directrices sobre la psicología del color, lo cierto es que no hay una norma que impida utilizar un color en un determinado espacio, al final todo depende de la amplitud del lugar, la cantidad de luz y la tonalidad del color escogido.
La elección del color no solo nos va a afectar a nivel anímico, sino que también puede influir en nuestra factura de la luz. Todos sabemos que si en pleno verano utilizamos unos pantalones negros, sentiremos mucho más el calor que si utilizamos unos pantalones de tonalidad más clara. Lo mismo ocurre con los edificios. Si vivimos en zonas donde las temperaturas tienden a ser muy elevadas, lo ideal es pintar el tejado de blanco, ya que las superficies blancas tienden a reflejar la luz. Por el contrario, si tendemos a pasar frío, deberíamos pintar nuestro tejado de negro, ya que es un color que absorbe la luz y por tanto absorberá mejor los rayos de sol. Esto hará que reduzcamos el consumo de calefacción y por tanto nuestro gasto energético.
Hace ya mucho tiempo que por motivos intuitivos se ha hecho uso del color para beneficiarnos de sus propiedades. Por ejemplo, en cuestiones de eficiencia energética se ha utilizado para reforzar distintas estrategias: en Andalucía pintan las casas de blanco para evitar ganancias excesivas de calor mientras que en la zona norte de España los muros y tejados de las casas son de colores oscuros porque absorben más calor. Pero el color no actúa de manera independiente; hay una serie de factores arquitectónicos que deben estar ligados para conseguir dar una respuesta única y potente: éstos son la luz, los materiales, las dimensiones del lugar y el uso al que esté dedicado ese espacio.
A la hora de escoger un color tenemos que pensar el contexto en el que nos encontramos, ya que no es lo mismo nuestro hogar, que la oficina, o un establecimiento de cara al público. También tenemos que pensar qué queremos transmitir, ya que si basamos nuestra elección en nuestro color favorito, posiblemente no estemos comunicando lo que realmente queremos. Y por último, hay que ser conscientes del país en el que vamos a desarrollar nuestro proyecto, ya que hay colores que tienen connotaciones diferentes en cada cultura.
Estos son algunos de los consejos generales que podemos ofreceros desde el Reto KÖMMERLING, pero lo más importante es ser conscientes del potencial que puede llegar a tener el color, que abarca desde aspectos psicológicos a sensitivos, y puede dotar a la arquitectura de un áurea y de una fuerza que durante un periodo bastante largo de la historia hemos tenido abandonado. Es el momento de recuperarlo y disfrutar de sus ventajas.